viernes, 26 de julio de 2013

El "Pastor Feliz"

Abandonó  el confort de su casa sin sufrirlo y entró en la oscura y fría noche, preocupado por su rebaño. Particularmente por aquellas ovejas que se encontraban al desamparo de la humedad y el viento.  Si bien era un austero confort, el calor y abrigo de su pequeño cuarto contrastaba con el clima de esa desapacible noche. Sus gastados zapatos se embarraron totalmente, haciéndolos sentir aún más fríos y húmedos. Pero conservaba su sonrisa al encontrar una de sus ovejas perdidas, la única que berreaba al desamparo de la inclemente noche.
La recogió y llevó al redil. Contó el rebaño y confirmó que estaban todas sus ovejas donde debían estar, al abrigo de un techo. Ahora sí, era tiempo de regresar a su austero confort, sintiendo que no era el único que podía gozar de abrigo esa noche.
Trató de limpiar sus zapatos. Los puso cerca del fuego para que se sequen y se durmió rápido, porque al amanecer debía sacar al rebaño a pastorear.  Se durmió, y conservaba su sonrisa.

Este breve y sencillo relato sobre “el pastor feliz”, pretende ilustrar alguno de los conceptos centrales del pensamiento de Viktor Frankl, referidos especialmente a la noción de felicidad.
Muchas veces ha hecho alusión al enunciado “perseguir la felicidad”  Enunciado que encontramos en dichos populares, eslogans publicitarios y aún en la declaración introductoria de la constitución de los EE.UU. de Norteamérica. En un reportaje televisivo que le realizan a Frankl en los años 70 en el programa “Man Alive”, Frankl le señala respetuosamente al periodista, su discrepancia con el preámbulo de la constitución norteamericana, al decir “perseguir la felicidad” como uno de sus principios. Le recuerda entonces que la felicidad nunca puede ser objeto de la búsqueda directa, sino más bien es un “efecto secundario” (en inglés lo define como “side effect”) de comprometerse con realizar lo que se “debe-hacer”  Agrega que quien “persiga” la felicidad, estará auto-saboteando la posibilidad de lograrlo y negando la oportunidad de vivenciarla.
En una ocasión, estando de visita en Buenos Aires, una persona se le acerca a Frankl y se refiere a un episodio ocurrido en vísperas de ser liberado el campo de Dachau donde se encontraba prisionero.  En esa ocasión, los guardias ofrecieron a los prisioneros que se encontraban de pie y en condiciones, a tomar un camión y salir del campo, siendo que en pocos días llegarían los aliados a liberarlo.  “La guerra ya terminó para ustedes y para nosotros, de modo que no tiene sentido mantener el campo cerrado”, habrían dicho los guardias a estos cadavéricos prisioneros. “Pueden tomar ese camión y volver a casa”. Todos corrieron hacia el vehículo menos Viktor. El decidió quedarse en el campo porque, como médico, sentía que tenía que acompañar a los camaradas enfermos y moribundos. Sin agua potable, sin remedios y sin comida suficiente, sólo, con un grupo de hombres infectados de tifus, Viktor asumió el compromiso de quedarse con ellos. Ante la insistencia de sus camaradas que no comprendían por qué se negaba a la libertad, él les hizo saber que su libertad mayor era elegir asumir acompañarlos para cumplir con su “deber-ser”. Un médico tiene la obligación de curar, y cuando no puede hacerlo, tiene la responsabilidad de acompañar al que sufre en su sufrimiento. Por eso se quedó.
Lo cierto es que los aliados llegaron, efectivamente, a los pocos días y liberaron el campo. Recuperado en salud en Munich, gracias a la acción sanitaria de la Cruz Roja Internacional, Viktor preguntó por sus camaradas del camión y recibe la noticia que todos ellos fueron dinamitados a los pocos kilómetros de Dachau. La intención de los oficiales nazis era que no quedaran testigos vivos que pudieran delatar todo lo que había acontecido entre sus alambradas de púas. 
Esta persona en Buenos Aires, refiriéndose a este episodio, le dice “qué suerte que tuvo al no subirse a ese camión”, a lo que Frankl le respondió: “no fue suerte, lo que siempre salvará al hombre, es hacer lo que debe-hacer”  Ese día triste y oscuro de abril de 1945, Viktor solo había hecho lo que “debía-hacer” como médico y como persona. 
Creo que este es uno de los imperativos éticos más importantes de la Logoterapia: al hombre siempre lo salvará hacer lo que debe-hacer. Y Frankl asocia el deber-ser, no solo con la “salvación” sino con la “felicidad”. Tal vez sea la misma cosa, en el fondo. Salvarse como persona, es ser feliz y viceversa;  y todo tiene que ver con realizar el deber-ser.
Volviendo sobre el relato introductorio de estas reflexiones, ese pastor que, aún abandonando su austero confort, conservaba la sonrisa, podría ser la imagen del deber-ser frankliano.  Porque su felicidad no era el calor de su hogar, el abrigo de sus mantas o la comodidad de un calzado seco y limpio.  No. Su felicidad era recoger al animal perdido, llevarlo al resguardo, rescatarlo de la inclemencia de la noche inclemente. Solo entonces podía descansar, conservando su sonrisa.
Un pastor feliz
En estos días estoy siguiendo con interés el encuentro de la juventud que se lleva a cabo en la ciudad de Río de Janeiro (Brasil), con la presencia de SS.Francisco.
Estas reflexiones se inspiran, precisamente, en su testimonio como hombre más que en su investidura como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Es conocida su consagración a una Iglesia para los más necesitados, manifestada en una trayectoria pastoral recorrida en el barro, en el frío y en la oscuridad del sufrimiento de quien lo necesitara.
Pero lo que más me sorprende y conmueve, es la sonrisa de Francisco. Porque no se trata de una mueca protocolar o una amable disposición para quienes lo siguen y vitorean; no, es expresión genuina de felicidad. Sí, se lo ve feliz. Transmite felicidad.  Como el pastor, que abandona su austero confort y, cumpliendo su deber-ser de pastor, descubre una genuina felicidad.
Y no le importa el color de la oveja ni la calidad de su lana, que esté limpia o sucia, que sea fina u ordinaria, porque su deber-ser, no depende de quién esté delante suyo, sino de su propia consciencia de pastor. Como enseñaba el Gral.San Martín a su nieta, “serás lo que debes ser, o no serás nada”
Por eso mismo, identifico al Papa Francisco con la imagen del “pastor feliz”. Por un lado, es “feliz”, es decir, aquel que es verdaderamente feliz realizando su deber-ser. Modelo vivo del concepto frankliano de la realización personal.
Y es “pastor”, porque no hace diferencias entre las ovejas del rebaño. No es solo un pastor para los católicos. De hecho, es seguido y celebrado por católicos, por miembros de otras confesiones religiosas y aún hasta por los no creyentes.
La universalidad del mensaje, por encima de las inevitables diferencias, nos hace a todos hermanos.  Miembros de un solo rebaño. El sueño de Luther King, el “Imagine” de Lennon, las ilusiones de Teresa, las enseñanzas de Juan Pablo, la entrega de Kolbe, los testimonios de Gandhi y Mandela y el trabajo de tantos santos anónimos de jean y zapatillas, pueden tener ahora un impulso motivador en cada uno de nosotros, en la sonrisa de Francisco.
Quiero creer, y  los invito a todos a creerlo también, que estamos en los albores de una nueva humanidad, una renovación universal, una humanidad mejor y posible, menos indiferente y más sonriente.  Una era en la que más que celebrar el poder económico, el poder político o mediático, descubramos en el deber-ser, el camino de la felicidad, siguiendo el camino del “Pastor Feliz”.  
    


      

sábado, 20 de julio de 2013

20 de julio - Día del Amigo

El 20 de julio se celebra en Argentina el DIA DEL AMIGO. Muchas reuniones se organizan desde la noche anterior esperando la medianoche para iniciar el 20 de julio, precisamente, en compañía de los amigos. Y durante todo el día se suceden saludos, fiestas, convocatorias, brindis y celebraciones de todo tipo.

Como ocurre con tantas otras palabras, AMIGO, tiene varias “raíces” etimológicas. La más cierta dice que deriva del latín “amicus”, que a su vez deriva del verbo “amare” (amar); este verbo, deriva del vocablo indoeuropeo “amma” (una voz infantil que llama a la madre; en realidad es un vocablo onomatopéyico que surge del sonido que hacen los niños cuando buscan el pecho reclamando comida a la madre) De tal modo que “amigo” se asocia etimológicamente con una necesidad esencial del ser humano; un amor nutriente.
Otra acepción hace derivar la palabra del griego: “a” (sin) “ego” (yo) De modo tal que significaría algo así como “sin mi yo”. El amigo es como “un otro yo”, alguien con quien me identifico tanto, que está tan dentro de mí, y yo tan dentro de él, que termina siendo como “yo mismo, pero sin mi yo” Aquí asociamos amigo con una conexión esencial. Dos, unidos por un hilo profundo.
Sin embargo, la acepción que más me gusta (y disfruto) es aquella que nos comenta que la palabra amigo derivaría del latín “animi” (alma) y “custos” (custodio). De modo tal que amigo significaría, “aquel que te cuida el alma”.
Partiendo de mi propia experiencia personal, y la vivencia que experimento en el vínculo que sostengo con mis amigos, esta etimología poética me encanta y me satisface, me identifica, porque eso es precisamente lo que vivencio con ellos. Siento amor (un amor muy especial, tal como la primera acepción), me identifico con ellos (como lo plantea la segunda acepción), pero, lo mejor, es que siento mi alma cuidada por ellos. Ahí radica el privilegio de tener amigos.
Por eso, celebro el día del amigo cada día que los siento conmigo, y hoy, en particular, hago público mi agradecimiento a todos ellos, mi agradecimiento a la Vida por permitirme el privilegio de tenerlos, porque, si mi alma está en paz, en gran medida, es gracias a los “custodios” que la acompañan siempre.
Quiera la Vida darme la oportunidad de "custodiarlos" con el mismo amor y la misma entrega que ustedes tienen conmigo. Siempre.

viernes, 19 de julio de 2013

Encuesta


Hace una semana habilitamos una encuesta en el BLOG de CAVEF planteando la siguiente pregunta: 

¿Cuál de estos personajes influyó más en el desarrollo científico de Viktor Frankl?

Las opciones eran Sigmund Freud, Alfred Adler, Ludwig Binswanger y Rudolph Allers. Los resultados de la encuesta son los siguientes:

Freud (30%), Adler (30%) Allers (40%) y Binswanger (0%)

En rigor de verdad, debemos aceptar que la orientación de Viktor Frankl es "allersiana" si bien muchos lo entienden como adleriana. Los antecedentes científicos de Freud y de Adler son incuestionables en el pensamiento de Frankl, pero la construcciòn teórica y los fundamentos de la Logoterapia dicen mucha relación con el pensamiento de Rudolph Allers, de quien, incluso, Frankl fue asistente en varias de sus investigaciones. Curiosamente una de ellas era sobre los efectos nocivos de la cafeína, al tiempo que Frankl era verdaderamente, adicto al café.

18 de JULIO



“¿Cómo creer en el hombre, después de esto?” Esta es la respuesta que le da Franz en la barraca del campo de concentración Birkenwald, al camarada que observa cómo han torturado a Karl hasta matarlo. Con una actitud perversa, hacen sufrir al muchacho hasta quitarle el último aliento, y, ante el hecho, quien observa se pregunta “¿cómo creer en Dios después de esto?”

Hoy recordamos con dolor un nuevo aniversario del atentado a la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), acontecido en Buenos Aires, el 18 de julio de 1994. Se trató de uno de los mayores ataques terroristas ocurridos en la Argentina, con un saldo de 85 personas muertas y 300 heridas. Dos años antes, ya habíamos sufrido otro atentado terrorista, a la Embajada de Israel, ubicada en pleno centro de la ciudad (en Arroyo y Suipacha, Barrio de Recoleta), con un saldo de 29 muertos y 242 heridos.
La comunidad judeoargentina es la más numerosa de Latinoamérica y la quinta mayor del mundo. Pero estos atentados no hirieron solamente a la comunidad judía. Nos hirieron a todos. La voladura de la Embajada también destruyó una iglesia católica lindera y una escuela cercana. Y esto es símbolo de que episodios de esta naturaleza lastiman mortalmente a toda la humanidad, sin distinción de credos, razas, posicionamientos políticos o ideológicos. La intolerancia, la violencia insensata, el fanatismo indomable, la voluntad de sometimiento, los intereses bastardos, son contrarios a la dignidad humana; son perversos respecto de la naturaleza de la persona.

No levantemos la vista esperando que desde el Cielo nos expliquen por qué pasan estas cosas. No levantemos la vista al Cielo atribuyendo responsabilidades cuando pasan estas cosas. No levantemos la vista al Cielo para denunciarlo de una indiferencia cruel y traicionera. No levantemos la vista al Cielo para anunciarle que a partir de estas cosas, ya no creeremos más en su existencia. No. Más bien, miremos hacia dentro y preguntémonos si podemos creer en nosotros mismos cuando ocurren estas cosas. Preguntémonos qué podemos hacer, qué no hemos hecho todavía, que debemos seguir haciendo, para que estas cosas no vuelvan a ocurrir. Porque, de alguna manera, todos somos víctimas del atentado –no solo los judíos- y, de alguna manera, sin saberlo, sin darnos cuenta, tal vez todos lo hemos generado. Por lo que hicimos, por lo que no hicimos, por lo que fuera.

“¿
Cómo creer en el hombre después de esto?” responde Franz en la obra de teatro escrita por Viktor Frankl, “Sincronización en Birkenwald” Y él mismo (Franz) da una respuesta testimonial. Seguir creyendo en la persona humana a pesar de esto. Seguir trabajando por la persona humana, por su promoción, privilegiando lo que personaliza, ayudándola a salir de vacíos inhóspitos y desconcertantes, conectándola con valores reveladores de una posible vida, mejor, para todos. Creer en ella, a pesar de todo. Porque solo con un corazón idealista, haremos realidad una humanidad más noble, más justa, más plena. Para ser realistas, necesitamos corazón idealista.

En este nuevo aniversario, tomemos un minuto para reflexionar en estos episodios y honremos el sacrificio de tantas víctimas de este y tantos otros lamentables atentados, comprometiéndonos con una tarea, la de lograr esa humanidad posible. Pero no levantemos la vista al Cielo con reproches, porque desdivinizar al Cielo, es deshumanizar al hombre.

Claudio García Pintos
Logoterapeuta

viernes, 12 de julio de 2013

Colón, Armstrong y mi abuelo: proezas existenciales

En estos días en que la humanidad está caminando ya por la superficie del planeta Marte, la poderosa hazaña de haber puesto pie en la Luna ha quedado empequeñecida.  Los ojos del mundo, emocionados, siguieron hace unas décadas los primeros pasos del astronauta Armstrong por la superficie lunar.  Un nuevo horizonte se estaba abriendo, una barrera -la del espacio exterior- se estaba levantando.  Tanta proeza, no obstante, ha sido insuficiente para calmar el apetito del hombre, quien entonces levantó sus ojos hacia Marte.  Cuando las pantallas comenzaron a recibir las imágenes emitidas por la sonda Pathfinder, un nuevo horizonte se estaba abriendo para la humanidad.   En unos años, seguramente, serán otros los planetas buscados y conquistados.
Y esta parece ser la historia sin fin.  Siempre el hombre quiso saber qué hay más allá de la línea del horizonte.  Siempre sintió ante el límite una mezcla de temor y atracción, de rechazo y seducción.  Unas veces más rechazo que seducción, y por eso prefirió quedarse de este lado del límite;  pero otras veces, más atracción que temor, y por eso se lanzó a la aventura de cruzarlo y, al hacerlo, descubrió nuevos mundos, nuevos universos.
    Hasta hace solo cinco siglos, el hombre creía que el mundo era como un gran plato sostenido sobre el lomo de tortugas gigantes y que, llegado al límite del horizonte, podría caerse fuera del plato hacia el vacío, hacia la profundidad de la nada.  Pero esta creencia estaba avalada por sus propios ojos.  El hombre veía que aquello que llegaba hasta el horizonte terminaba desapareciendo inevitablemente, era “tragado” por ese límite y de allí no se volvería, entonces, nunca más.   La aventura de llegar al límite era condenada por la nada, por el vacío.  Muy pocos se arriesgaban a desafiar el horizonte y la mayoría optaba por retornar, antes de llegar a contactarlo.  La amenaza por ser devorado y desaparecer, generaba más temor que la atracción de desafiar esa barrera. Pero un día apareció Colón.  Se le ocurrió percibir al mundo desde otro lugar, desde otra dimensión.  Propuso que fuera una esfera en lugar de un plato y alentado por el afán de descubrimiento, desafió el temor y aceptó la seducción de la aventura. 
Inició la empresa.  Avanzó.  Y ante sus ojos apareció un universo nuevo, distinto, tan maravilloso como aquel que había dejado a sus espaldas al momento de zarpar. Y comprendió así que los horizontes encierran siempre riquezas vírgenes, nuevas oportunidades de vida, encuentros plenificantes y la posibilidad de ir volcando en cada horizonte conquistado el propio caudal, aquel que vamos llevando en nuestros bolsillos.   Pudo entonces ayudarnos a superar el temor de traspasar ese límite.  Pudimos reconocer que no siempre alcanzan nuestros propios ojos para comprender la compleja realidad en la que vivimos y que la aventura de aquel que se ha animado a superar el límite temido, solo tiene valor de significado cuando alcanza para alentar a los otros a seguirlo en el camino.  ¿Cuál hubiera sido el valor de la hazaña de
Colón si nadie hubiera seguido su ruta, si todos hubieran continuado creyendo que el mundo era un plato?.  ¿Cuál hubiera sido el valor de la hazaña del astronauta Armstrong si nadie hubiera seguido su huella eterna en la superficie lunar?.  ¿Cuál sería el valor de la proeza del hombre en Marte, si la humanidad siguiera creyendo que su propio ombligo es el centro del universo?.  Ninguno.  Carecería totalmente de significado.   Todos ellos, como tantos otros, han sido pioneros, adelantados que  han cumplido con la maravillosa misión de enseñarnos, mostrarnos, descubrirnos a nuevos mundos, a nuevas tierras, a nuevos horizontes de crecimiento;  se han arriesgado viviendo el misterio del desconocimiento e iluminándolo desde su propia experiencia.  Y lo han hecho por ellos pero para nosotros.  Ese es el valor de significado.
Ahora bien, ¿qué relación tiene todo ésto con nuestro tema?.  ¿Qué encierra el mensaje de Colón o Armstrong para nosotros, discutiendo sobre el papel del anciano en la sociedad?.  Mucho.  Veámoslo así:   el hombre es un ser itinerante, un viajero que reconoce su puerto de partida -su nacimiento, su origen, sus ancestros- pero desconoce su destino final.  ¿Cuál será el puerto de llegada de este viajero de la vida?.  Nadie lo sabe.  Todos podemos, aproximadamente, fijar un rumbo, una dirección, una orientación, pero nunca podremos definir con certeza cuál será nuestro puerto de llegada.   Ese “ser itinerante” nos dispone esencialmente a ir superando etapas en la vida, signadas por distintas crisis existenciales, necesarios “puertos” en los cuales vamos dejando aquello que ya no necesitamos más, al tiempo que nos vamos reabasteciendo con los nuevos insumos necesarios para la etapa siguiente.   Cada etapa vivida nos enfrenta a la situación del alivio al divisar el puerto donde amarrarnos, pero a la vez, la emoción  -a veces, la tristeza-  de volver a zarpar hacia nuevos rumbos.  De repente, llegamos un día al último puerto.  Amarrar en él genera una mezcla de alivio por llegar,  con una especie de tristeza por descubrir que gran parte del itinerario ya ha sido desandado.  Sabe el hombre que a partir de él se inicia el último trayecto y que la travesía puede llegar a ser accidentada.  Le queda por delante la última aduana, aquella por la que no puede pasarse ya, nada de contrabando.  Vive entonces la tentación de no seguir camino, de retornar sobre sus pasos hacia puertos anteriores.  Pero su naturaleza itinerante es inexorable, y solo le queda el camino por delante.  Qué necesario es entonces un buen mapa, un buen faro, una buena referencia que le anticipe qué hay más allá del horizonte divisado!.    
Esa es, en la actualidad, la principal misión del anciano en nuestra cultura.  No digo que sea lo único que tiene por ofrecer, sino, simplemente, que en estos tiempos de confusión, es su gran aporte.  Llegado a la crisis de ingreso a la vejez, el hombre postmoderno sufre una especie de parálisis madurativa que lo inhibe de seguir creciendo, madurando.  Tentado por la “cultura de la imagen” a retornar sobre sus pasos en procura de una eterna juventud, termina viendo más allá de la línea de sus 60/65 años, lo mismo que veía el hombre del siglo XV cuando parado en la playa divisaba la línea del horizonte:  pasada esa línea, el hombre desaparece como “tragado” por una monstruosidad increíble e imbatible.  De tal modo, cada anciano realiza y nos ofrece la hazaña personal de traspasar esa frontera entre la vida y el misterio, iluminando el camino con su propia experiencia y permitiéndonos ver, conocer, descubrir, la naturaleza de esa tramo de trayectoria que inexorablemente deberemos transitar.   Como Colón o Armstrong, viven en sus propias vidas el riesgo de poner pie en lo desconocido siendo pioneros existenciales que van abriendo caminos y sendas que nosotros podremos aprovechar mas tarde, no meramente para seguirlas obligatoriamente, sino para conocer el nuevo horizonte y poder avanzar sobre él como lo hacemos sobre un terreno familiar en el cual trazaremos nuestro propio itinerario.   Pero ya seguros de que la vida misma no es un plato sostenido por monstruosidad alguna esperando nuestro paso en falso para engullirnos.   Y tal como sucedió con todos aquellos adelantados y descubridores, el valor de significado de sus propias hazañas esta dado, fundamentalmente, por esa generosa disposición de abrir caminos para que otros, las generaciones venideras puedan transitar esos nuevos horizontes con paso seguro.

Resumen:
Decíamos anteriormente que la propia naturaleza humana esta inquieta por avanzar sobre el misterio iluminándolo, redimiéndolo con su propio paso.  “Y esta parece ser la historia sin fin.  Siempre el hombre quiso saber qué hay más allá de la línea del horizonte.  Siempre sintió ante el límite una mezcla de temor y atracción, de rechazo y seducción.  Unas veces más rechazo que seducción, y por eso prefirió quedarse de este lado del límite;  pero otras veces, más atracción que temor, y por eso se lanzó a la aventura de cruzarlo y, al hacerlo, descubrió nuevos mundos, nuevos universos”.   ¿Quién de nosotros no se animaría a surcar los mares en una carabela capitaneada por el gran almirante Colón?.  ¿Quién de nosotros no elegiría al comandante Armstrong para dar un paseo por la Luna tomado de su mano?.  Porque ellos han pasado el límite del misterio y podrían conducirnos con seguridad a nosotros mismos en nuestro intento por lograrlo también.  Quién mejor que ellos, pioneros, que nos ofrecen su hazaña para que nosotros podamos avanzar sobre nuestros propios miedos e inseguridades convencidos de la naturaleza de aquello que se encuentro por delante.   Ahora bien, ¿quién de nosotros tomaría la mano de un anciano para que nos acampañe hacia adelante en la vida?.  ¿Quién de nosotros aceptaría ser comandado por el sabio consejo del abuelo, al iniciar ese tramo que él mismo ya ha recorrido?.  ¿Quién de nosotros le otorga y reconoce valor de significado a su propia hazaña personal?. 
Cuánta soberbia en el hombre joven, cuánta desorientación en nuestra cultura postmoderna, que pretende vivir y subsistir, prescindiendo de los valores eternos y la tradición.  En medio de tanto desconcierto, rescato como fundamental aporte del anciano el ofrecerse con su propia existencia como un “principio de coherencia existencial”, es decir, su propia vida, su propia proeza existencial de haber superado la línea de los 60/65 años de edad nos permite descubrir a los más jóvenes que la vida no es un plato con un final trágico sino una esfera, un contínuo que conforme se va desplegando nos va introduciendo en nuevos horizontes, siempre verdes y vírgenes, plenos de maravillosas oportunidades de vida.  Es un principio de coherencia que nos hace notar que el hombre es, efectivamente, un ser itinerante y que su destino es siempre madurar, hacia la muerte, hasta la muerte y aún después de ella.  Y que ese destino de maduración permanente se va plenificando a sí mismo en la autotrascendencia, es decir, en el ofrecimiento de la propia hazaña como faro de referencia para aquellos que vienen transitando el camino por detrás de su propia estela. 

En estos tiempos tormentosos, yo sigo eligiendo que mi propia nave sea comandada por Colón y no por la modelo top o el actor de cine de moda con aspecto de figura de cera eternamente joven.  ¿Y ustedes?. 

Dr.Claudio García Pintos
Logoterapeuta

miércoles, 10 de julio de 2013

Permanente Sabbath

En el libro del Génesis, se dice que el hombre fue creado en el sexto día y en el séptimo día Dios puso sus manos en su regazo, de modo que, sea lo que vaya a hacer de sí mismo dependerá de él! ¿Qué pasa con Dios? Dios está esperando, observa, como lo hace un espectador, aquello que el hombre es, en realidad, de manera creativa, actualizando las posibilidades de su ser. Dios todavía está a la espera, aún en reposo; sigue siendo Sabbath, un permanente Sabbath”  Víktor Frankl, "El hombre incondicionado" 

En muchos pasajes de sus obras, Viktor Frankl recurre a textos bíblicos para explicar o ilustrar sus consideraciones sobre la naturaleza de la persona humana y las circunstancias del existir. Es más, hace una especie de hermenéutica bíblica, una interpretación actualizada del texto antiguo.  De allí, abre el espacio a una especie de hermenéutica logoterapéutica.
Efectivamente, en el inicio del Génesis, se explica que la creación del hombre fue planificada para el sexto día. Antes, fue tiempo propicio para el resto de la creación, pero en el sexto día, último del plan creador, aparece el hombre como expresión más sublime del amor creativo de Dios. En el séptimo día, el Creador descansó. Puso sus manos sobre su regazo y adoptó la postura del espectador, aquel que se dispone a disfrutar del devenir de la obra. Y en su platea, reposa, expectante, curioso,  esperanzado.  Dice Frankl que ese séptimo día inicia un “permanente Sabbath
Esta imagen es oportuna para Frankl para introducirnos en la idea de la libertad responsable y, responder,  a la cuestión acerca del papel de Dios en las tragedias individuales y universales que se suceden inevitablemente en el curso de la vida. 
Dice Marshal Lewis que esta imagen de un Dios expectante y esperando en un permanente Sabbath, es “como una ventana de oportunidad para la humanidad, para el ejercicio de su libertad y responsabilidad”  Coincido absolutamente con la afirmación de Lewis.  El Dios del Amor, como lo ha definido el propio Frankl al Creador, ha compartido con el hombre la maravilla de la creación y lo ha privilegiado con la posibilidad de una libertad que, incluso, lo habilita a negarlo.  Es decir, el hombre es tan libre (por decirlo así) que hasta puede negar la existencia del mismo Dios que lo ha creado. Y aún en esa negación, Él permanece en Sabbath.
Pero además, es responsable. Esto es, el esplendor, o la miseria de la creación que ha heredado, dependerán del desarrollo que el hombre haga de sí mismo. De cómo actualice los valores humanos y no de la acción de Dios, dependerá el curso de la propia creación. Frankl también define que Dios no es un prefecto que vigila la acción del hombre, un guardián que le impide excesos o desvíos, o un juez que sentencia y condena.  No. El “reposo” de Dios no debe entenderse como una inacción hipócrita o abandónica, un descuido censurable o una distracción penosa. No. Debe comprenderse como el respeto de Dios a la responsabilidad del hombre, a quien ha hecho heredero y administrador de lo creado.
En un fragmento de su obra de teatro “Sincronización en Birkenwald”, acontece la muerte de uno de los personajes (Karl, hermano de Franz, el protagonista), a manos de un torturador nazi en la barraca del campo de ficción Birkenwald.  Otro camarada del campo, testigo presencial del hecho, entra en ira y vocifera “¡¡cómo creer en Dios después de esto!!”, a lo que el propio Franz responde, “no… ¡¡cómo creer en el hombre después de esto!!” Y acá Frankl nos lleva a reflexionar sobre la posible declinación personal o universal de la responsabilidad del hombre, sobre la responsabilidad divina en la sucesión de hechos atroces o trágicos.
En el fragmento que estamos utilizando como disparador de estas reflexiones, el mismo Frankl se presenta la cuestión diciendo “¿Qué pasa con Dios?”.  Y él mismo se responde: “Dios está esperando, observa, como lo hace un espectador, aquello que el hombre es, en realidad, de manera creativa, actualizando las posibilidades de su ser
En otro fragmento de la misma obra de teatro (“Sincronización…”), tres personajes llevan a un cuarto al borde del escenario y, mirando hacia la platea (en un curioso juego teatral), le preguntan “¿qué ve?”  Este responde, “nada… un agujero negro” (refiriéndose a la oscuridad de la sala teatral, tal como se ve desde el escenario iluminado); y recibe como respuesta: “sin embargo allí hay alguien mirándonos, alguien ante quien estamos actuando”, remarcando la idea del “Dios espectador” de nuestra obra.

Entre la creación heredada y lo que resultará de esa creación, media un tiempo que, para el Creador, es de reposo, un permanente Sabbath, pero para el hombre, es un tiempo de “trabajo”.  Un trabajo libre que depende de los valores humanos que el hombre se anime y/o decida a actualizar.  Un trabajo responsable que es observado y del cual deberá hacerse cargo como hecho por sí mismo.  Un trabajo libre y responsable, ni siquiera condicionado por el mismo Dios.
Él permanece en Sabbath. 

Dr.Claudio García Pintos
Logoterapeuta


LA PUERTA DEL PARAÍSO

¿Por quién lloramos cuando lloramos, qué perdemos cuando perdemos? Posiblemente la experiencia del duelo sea mucho más cotidiana de lo que creemos. Experimentamos duelos de distinto calibre: sea la pérdida de una lapicera, un trabajo o un ser querido.

Cuando lloramos un duelo, en realidad lloramos por nosotros mismos,  por vernos en este estado de haberlo perdido.  Algo así como el qué será ahora de mí sin aquello que perdí.  Esto al margen del valor mismo de lo perdido.  Si fallece un amigo querido, sufro por él, por lo que él vale, pero, al mismo tiempo, sufro por mí, por qué será de mí, ahora, sin él

En realidad, más allá del valor en sí de lo perdido, lo que perdemos cuando perdemos algo, es todas aquellas posibilidades que sentíamos o creíamos tener, poseyendo lo que ahora hemos perdido. Cuando fallece mi padre, siento perder todo aquello que aún yo quería vivir con él, por ejemplo, que viera a mis hijos crecidos. Su muerte, más allá de su valor como individuo y como padre, significa para mí la pérdida de aquellas posibilidades de vivirlo. Como si la felicidad de ver a mis hijos crecidos, estuviera en parte ligada a la posibilidad de que él lo presenciara.

Entonces, el duelo me enfrenta con la vivencia de la imposibilidad de esas posibilidades posteriores.   No poder escribir lo que hubiera querido escribir con aquella lapicera, o vivir lo que hubiera querido vivir con esa novia o compartir con él, el crecimiento de mis hijos.  Lloro por mí, imposibilitado de aquello.

¿Cómo superar un duelo?  Perder algo, sin importar qué, siempre duele, porque pierdo algo más que lo que he perdido.  La plenitud de mi vida no depende de lo que poseo ahora o de lo que ya perdí. Debo rescatar de la  imposibilidad, aquello que, todavía, permanece en mí y espera ser vivido. No te pierdas con tus pérdidas o vivirás el duelo de una pérdida mayor. Disfruta en el recuerdo aquello que has tenido y abre la posibilidad de disfrutar lo que aún posees. La puerta del paraíso está allí mismo donde la crees perdida. Encontrarla implica la audacia de creerla siempre al alcance de tu mano

Dr.Claudio César García Pintos

Logoterapeuta